martes, junio 07, 2005

Oficina de objetos perdidos

-Buenas tardes. Mire usted, vengo a preguntar por un corazón.
-¿Cómo es?
-Pues muy fragil, la verdad sea dicha, ya van tropocientas veces que se rompe pero me ha salido muy aguantador, un poquito de pegamento y sigue su marcha.
-No, me temo que nadie ha traido uno así. Porque, verá, tenemos algunos de piedra, de acero, ese de la caja reforzada es de oro; en esa caja blanca está uno mas negro que el pecado; hay corazones de condominio, llenos de habitaciones; tambien los hay desgarrados, hechos polvo como el de aquel frasco; podridos, agusanados... Mire, aqui hay unos con remiendos y costurones, otro pegado con cinta... Pero de cristal o cosas semejantes, no nos han traído, no.
Pasé muchas horas revisando, pero ninguno era el mío.

Por algun tiempo me sentí descorazonada; hoy ya no me inmuto cuando me dicen que no tengo corazón.

lunes, junio 06, 2005

Inutilidad

¡Qué inutilidad de vida! ¡Cuánto tiempo desperdiciado! ¿Cómo puede pasar su vida sentado en ese sillón sin hacer nada? Día tras día, hora tras hora sentado frente a esa ventana, mirando sólo Dios sabe qué cosa. No puedo creer que no tenga nada mejor que hacer con su tiempo, y sin embargo así es. Llevo días y días sentado en este sillón, hora tras hora, mirándole a través de mi ventana desperdiciar su vida sin hacer nada. ¡Qué inutilidad de vida! ¡Cuánto tiempo desperdiciado!...

jueves, junio 02, 2005

Silencio

Todo lo que quería era un poco de silencio pero, por más que le suplicaba que se callase, no hacía caso. Me seguía a todos lados inundándome con su constante verborrea, acosándome con sus reproches. No importaba lo que le dijera, ella parecía no oirme; tal vez le faltasen las orejas, no lo sé, no lo recuerdo...

Cuando no estaba hablando, hacía mil ruidos con todos los objetos que se le ponían enfrente. ¡Incluso sus silencios eran ruidosos! Yo podía oir claramente su respiración, parecida al rugir de una locomotora; sus pensamientos eran bulliciosos, se movían de un lado para otro dentro de esa caja inútil que era su cerebro; y mientras se movía, producían un constante murmullo, como si cientos de ratones transitaran por el ático.

Yo sabía siempre lo que pasaba por su mente. ¿Cómo no hacerlo, si podía oir cómo se hilvanaban sus ideas? Cuando pensaba en el tránsito su cabeza se llenaba del ruido de bocinas y motores, frenazos y malas palabras. Si pensaba en la oficina, podía oir el incesante tecleo de las máquinas, las hojas al pasar; los teléfonos timbrando, el jefe dando órdenes, el zumbido de moscardón de los empleados hablando constantemente...

¡Por eso le exigí que dejara de pensar! Pero nunca supo como hacerlo. Se que se esforzaba por complacerme, lo notaba en su rostro compungido, sus miradas furtivas y en sus movimientos colapsados; pero sobretodo, lo notaba en el constante bullir de su cerebro, en ese infernal ruido de los pensamientos que se correteaban y frenaban unos a otros, como una maquinaria descompuesta, inútil, que hace esfuerzos por seguir funcionando y que lo único que logra son quejidos, explosiones y una tos incesante. Daba igual, no podía detenerse ni echar a andar.

¿Dije que daba igual? ¡MENTIRA! Era completamente a la inversa, puesto que yo no quería que funcionara, que siguiera agonizando y martirizándome...

Por eso la maté, para que callase para siempre. ¡Todo lo que quería era un poco de silencio!