lunes, enero 29, 2007

El rojo imposible de sus ojos

Como cada mañana, una vecina de la calle de atrás empezó a gritar amargamente. Sus estridentes gritos eran su forma de comunicarse desde el patio trasero con los ocupantes del interior de su casa, y de paso decirle al mundo que estaba harta de su aburrida vida de ama de casa. Por desgracia para ella, también el Cruciforme la oyó, y decidió dar respuesta a su mensaje. Pronto la tranquila existencia del pueblo se vió interrumpida por los gritos de agonía de la mujer, gritos que helaban la sangre y que nadie podrá olvidar jamás.

Desde la ventana de mi habitación lo contemplé todo, mientras sentía como el corazón amenazaba con salírseme del pecho. Vi su cuerpo sarmentoso, delgado, como una gran colección de navajas con vida, brillando al frío sol del invierno mientras destazaba a la mujer y le unía para darle una nueva forma. Su redonda caja toráxica usada para crear una estructura que la contendría, sus tibias unidas para formar un péndulo, sus dedos manecillas, y lo que había sido una obesa e imponente mujer ahora mostraba la forma de un estridente pájaro cucú. Mas de repente el Cruciforme se detuvo contrariado, algo le hacía falta a su reloj. Dejó en el piso su creación y dirigió su mirada directamente a mi ventana. Esos enormes ojos facetados cual gigantescos rubíes me dejaron hipnotizada. Su sonrisa acerada se presentó repentinamente frente a mí y pude comprobar lo filoso de sus garras mientras me abría el esternón y, con la delicadeza de un cirujano, hurgaba en mi interior. Alabó la calidad de mi viscera cardiaca, en contraposición de la de aquella infeliz vecina, que tenía una piedra incapaz de mover tan fino reloj.

No os hablaré del dolor ni la sangre, ni gritos ni lágrimas, todo eso se ha ido, al igual que él. Me dejó con vida, cierto, una vida completamente vacía de todo placer o dolor. Sólo siento este gran vacío en mi pecho mientras recuerdo el rojo imposible de sus ojos. Y es que, amigos míos, El Cruciforme me ha robado el corazón.