martes, junio 17, 2014

Espérame en Siberia

El tren partió en el medio de gritos y llantos, entre desesperanzas, promesas y oraciones que se fueron perdiendo en la fría niebla del invierno ruso. La mayoría de los pasajeros eran soldados y campesinos, obreros e intelectuales. Presos y celadores que partían a una gran prisión sin muros ni rejas, solo el inclemente cielo, la nieve y el viento, el exilio en el gulag. Y en el medio de todos esos seres una mujer fría y orgullosa sonríe. Ha recibido una promesa, y esta le basta para mantener la espera.

No tiene miedo, ni frío, tan solo sufre hambre y sueño, bueno, ya no, no ahora que viaja en el tren cargado de alimento y en el medio de una noche sin fin. A su lado duerme su hijo, un pequeño

Han pasado casi 70 años, e Irina acuna al pequeño Vladimir entre sus brazos. Sigue esperando al padre del mismo, sin saber que ha sido embalsamado hace muchas décadas por sus compañeros del partido, que ha recibido honores incontables y su perfil se encuentra acuñado en cientos de monedas. Pero eso, para alguien que es eterno no tiene importancia. Soñando durante el día, alimentándose durante la eterna noche, ellos esperan.

Naufragando

Si acaso usted naufraga en una taza de café, procure recordar aferrarse a un buen terrón de azúcar, que tarda más en deshacerse y le endulza el mal momento. Tan sólo recuerde tener cuidado de los remolinos provocados por las cucharillas.